… Imanes. Eso somos, imanes: estructuras
minerales atraídas entre sí. Tanto, que a veces siento que somos un mismo espíritu
en dos cuerpos separados. Si, tanto así es lo que me pasa contigo.
Es extraño cómo tu presencia en
mi vida no tiene que ver con que estés o no conmigo. Si claro, es cierto,
nuestras pieles se llevan, porque se conocen y porque se saben, como bien
dijiste hace relativamente poco. Pero esto no tiene que ver con cuerpos ni con
materia, ni con la alquimia que podamos generar juntos o por separado: lo
conversábamos hoy al almuerzo, mirándonos a los ojos… más viejos los dos, menos
impetuosos ambos, más reflexivos tal vez, pero igual de felices por compartir
un par de minutos, como hace una década atrás. Seguimos siendo un par de
amantes voluptuosos de arte, de vida, de cosmogonía y de magia, no hay caso.
Negarlo sería renegar de nuestra esencia.
El tiempo se me vuelve relativo
cuando miro hacia atrás y veo estructuras, pasos, cambios en todo, incluso en
nosotros. Cambia la ciudad, cambian los rostros, cambian las dinámicas. Y sin
embargo, hay una esencia, un resquicio enquistado en el espacio que queda entre
el lóbulo de tu oreja y el lunar junto a mi boca, que permanece intacta. Que persiste.
¿Que si me sigues gustando? ¡Obvio!
Pero ya no me nace esa voracidad, ese instinto animal de brincar sobre ti para
desgarrar las telas que te recubren y así deleitarme con esa maravillosa
espalda (wait, acabo de desconcentrarme, jajajaja)… Ya no noto ese temblor
delator sobre mis labios cuando hablamos, ni el látigo eléctrico por el hecho
de rozar las manos. Sí, sentí eso, y mucho más… Lo plasmé en poesía porque
sentí tanto que no cabía en mí; es cosa de hojear este mismo blog para dar con
la figura de cierto fauno sibarita…
Creo, y estoy siendo honesta a
más no poder, que el amor que te tuve ha sido (y sigue siendo, porque sé que
entiendes que te sigo amando profundamente) la forma más perfecta de sentir que
he vivido: te amé de forma desprendida, sin apego, en libertad, con respeto y
en deleite de independencia. En regocijo y complicidad. Amándote así, entendí
que no estábamos para ser pareja y me las di de escapista por años, haciendo
caso omiso de cómo y cuánto te extrañaba, a ti como un todo: al humano, al
hombre, al amante, al partner, al amigo, al hermano, al otro frente a mí. Y así
se mantuvo intermitente, molestoso casi, este vínculo psicomágico en el que
anunciamos astralmente nuestros encuentros en la calle, o el desborde al
maravillar atardeceres, o la capacidad de reconocernos en contextos y
realidades diferentes. Para cada ying hay un yang, será que somos un poco eso.
Los orientales tienen toda una teoría sobre una cinta roja que une a las almas
cuando deben compartir ruta. Son secos, los chinitos. Hice todo lo posible por
cortarlo, pero no hubo caso…
¿Que si te extraño? Menos, en
realidad, pero sí. Desde que entendí que daba lo mismo si estábamos o no
juntos, porque como si fuésemos siameses espirituales estamos pegados igual
aunque estemos en hemisferios distintos, me puse a prueba y quebré esa dinámica
huidiza. Reencontrarte físicamente de vez en cuando, saber que estoy y que
estás independiente del cuándo o el cómo, me entrega una sensación de bienestar
compleja de explicar aunque estoy cierta que sabes a qué me refiero. Pero
extraño esa complicidad de fuego en cada otro que me ha acompañado, que ha dormido
conmigo, que ha caminado de mi mano. Y claro, uno se acostumbra a los
sucedáneos, y entiende que no se puede tener todo en la vida, que los caminos
son diferentes y las decisiones son personalísimas. Pero llega un punto en el
que, muy para mis adentros, tuerzo en silencio la boca, levanto la ceja y miro
hacia abajo, pensando en que todo podría haber sido diferente.
… Imanes. Eso somos, imanes: estructuras
minerales atraídas entre sí. Tanto, que a veces siento que somos un mismo espíritu
en dos cuerpos separados. Si, tanto así es lo que me pasa contigo.