Ayer, cuando desperté, decidí que sería un día perfecto.
No me importó la jaqueca, me tomé una pastilla para eliminarla y me di una ducha muy caliente.
Tampoco me importaron los comentarios de mi hermana sobre la enorme fila que habría en el cine y el tiempo que debería esperar para ver la película. Fui, una hora antes, y con muy poca gente alrededor conseguí los boletos de Harry Potter y el Príncipe Mestizo.
Mi prima llegaría más tarde y en vez de complicarme por hacer hora, decidí regalonearme un poco y entré a un centro de estética donde dejaron mis manos probablemente tan cuidadas como la Leticia de España. Y más encima en el entretanto, me sirvieron un café.
Llegó mi prima y fuimos a comer al Portal Fernández Concha, de esos completos tan ricos y abundantes, con mayonesa casera. Queríamos ir al Dominó's, pero estaba todo cerrado. No importó; nos comimos unos dinámicos realmente de película, probablemente mucho mejores (y más baratos) que los que podrían habernos dado en el otro sitio.
Llegamos al cine y la fila era interminable, pero oh sorpresa, no era para el horario nuestro. De hecho, ni siquiera nos cortaron los boletos, y entramos como Pedro por su casa. Es que al parecer los chilenos tenemos por costumbre almorzar sagradamente a eso de las 13.30 horas, así que nadie va al cine en ese minuto.
Nos devoramos la película.
Después fuimos al Bravísimo y nos conversamos unos capuchinos helados y un jugo de frutilla compartido, y no importó apurar el tranco porque mi primita tenía cosas que hacer. Fui al depto,saludé a todos, y luego partí a mi sesión de reiki...
En el camino tuve un impasse; una especie de sensación de muerte del otro, se me olvidó por un segundo que este día tan grato no podría contárselo y eso me dio mucha pena. Duró apenas un par de segundos, porque mis ojos cayeron en un muro blanco que tenía un graffitti: "ÁMATE".
Me puse a reír como una loca. No importó realmente, no empañó mi día perfecto.
Marcelo atendía a otra persona, y no me importó el tiempo de espera; saqué un libro de ciencia ficción para amenizar los minutos. El teléfono sonó tres veces, tres amigas increíbles. Una, para confirmar la visita de hoy; la otra, para ver si nos juntamos el sábado, y la tercera para confirmar lo que intuí desde muy temprano: teníamos pases para Technotronic.
La sesión de reiki estuvo increible, tanto que guardaré lo más importante para mi solita. Y sin embargo, me sorprendo muchísimo de lo que vi, lo que conseguí y lo que proyecté. No importó la media hora de atraso, nada empañaría mi día perfecto.
Alcancé a darle un beso a Lilian antes de correr afuera, con los pulmones llenitos de aire fresco y los ojos aun medio húmedos.
Esperé un taxi que llegó tres minutos antes que lo necesario y pasé a buscar a la Majo. En el trayecto, el conductor me conversó y me aseguró que en la noche conocería a alguien. Qué anecdótico sería, pensé, pues no está entre mis planes de este día tan perfecto.
El espectáculo no fue gran cosa, pero dio lo mismo. Vi a gente que no veía hace mucho, y si bien fue grato, tampoco importó. Conocí a otra gente, guapa, interesante, y recibí todo con simpatía y plenitud. Me reí bastante, bailé y observé.
Como la Cenicienta, pasadas las 12 hubo que partir pues hoy es jornada de trabajo.
Y antes de dormir, recordé que debía proyectar nuevamente muchos más días perfectos por venir.
Definitivamente, son el mejor regalo que uno se puede dar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario