Mi ventana sigue aquí, abierta.
No hay luna ni estrellas,
ni flores cubiertas de besos,
ni sonrisas de caramelo.
Se apagaron los astros de repente;
nunca vi tu eclipse imaginario.
Y me quedo suspendida y frágil,
desnuda, descubierta...
Una dulzura amarga
se me enquistó en las venas,
y la ceguera suspicaz
de leer palabras en los actos
enturbió la claridad evidente.
Gracias por el Valle de los Sueños,
por tantas horas de oro,
por permitirme contemplar
tus ojos infinitos.
Gracias por la simpleza,
por la generosa entrega,
por la nostalgia morbosa
de tu boca y de mi pecho.
Gracias por hacerme recordar
la maravilla de acariciar un beso.
El aterrizaje sin polvo de hadas
deja rastros de silencio elocuente.
Sufro, sufres,
y sigo creyendo que es innecesario
tanto dolor comprimido
limitando la belleza
de una libertad compartida.
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