al casi reventar sobre los Hombros de Poseidón
frente a esta ventana pintada de bronce...
¡Qué ganas de regalarte el sonido impetuoso
del gemir que realizan los tritones invocando
a sus sirenas desde esta costa escondida!
Ojalá pudiera guardar las hebras albinas
de los cabellos de Anfítrite,
que se solazan con el vaivén perenne
del anillo abrasador de su amado,
convertida toda ella en espuma luminosa,
sempiterna, palpitante, evanescente.
Cómo me gustaría traerte aquí por apenas un instante,
Cómo me gustaría traerte aquí por apenas un instante,
para así poder admirar tu expresión absorta y sorprendida
de niño indomado, etéreo, agraz y sutil,
frente al aroma embotante y salino del sudor
de estos mares turquesas que se acercan y llegan,
que empapan, que colman los sentidos acariciando al presente,
al observante, al infinitamente pequeño e imperfecto mortal
que osa deleitarse con lo sublime,
con la divinitud del horizonte arcano de Matanzas...