... La que escribe.

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Santiago, Chile
Soy una mujer que también es amiga, hija, nieta, hermana, prima, sobrina y mil cosas más. Disfruto regalando sonrisas en la calle y quiero pensar que el mundo es mejor con ese simple gesto; por eso, me ando buscando. Si usted me ve por ahí, avíseme!

viernes, enero 25, 2008

BITÁCORA DE AÑO NUEVO (TERCERA PARTE Y FINAL)

Dejé el plato fuerte para el final, y era que no. Es que debe ser uno de los parajes más maravillosos e irreales que me ha tocado pisar.

El día partió en Calama, claro. El destino era San Pedro de Atacama. A 15 kilómetros del origen, hicimos una parada en el memorial de los detenidos desaparecidos durante la dictadura de Pinochet en esa ciudad; estar en el mismo sitio donde encontraron las osamentas de 13 de los 26 ejecutados por la Caravana de la Muerte, es una experiencia muy intensa. No la viví en el silencio y reflexión que me hubiese encantado, porque andábamos con mi inquieta ahijada… aunque dudo que los difuntos hayan visto con malos ojos a la Toña, que le dio por tocar las piedras y correr por todos lados. El memorial tiene un total de 34 columnas, una por cada desaparecido, cada cual con su identificación y datos. Fue inaugurado el 2004 (niuna autoridad importante fue) y recibe el nombre de “Parque para la Preservación de la Memoria Histórica”. La cruz que se aprecia en la foto, fue un regalo de los trabajadores de Chuquicamata para recordarlos.

Seguimos viaje y comencé a sentirme poco a poco en una película; la carretera, eterna y en línea recta (el viaje total es de 105 kilómetros), sumada a la aridez del paisaje me llevó a recordar los viajes de Mel Gibson en Mad Max; paramos en el paso Barros Arana a sacarnos un par de fotografías, y seguimos camino en medio de este desierto de colores y llanuras… al fondo, la cadena montañosa y volcánica que nos separa de Bolivia.

Cuando ya llevábamos unos 70 kilómetros de recorrido, llegamos a lo que se conoce geológicamente como la Cordillera de la Sal. No es que los montes y las cimas sean realmente salinos (comprobado, no por mí eso sí), sino que tiene mucho sulfato de calcio, lo que hace parecer a las rocas como salpicadas con sal. Hace millones de años fue un lago, pero los temblores (no en vano Chile es el país más sísmico del planeta) y las inclemencias del clima dieron vida a este fenómeno. El paisaje es lo más impresionante que he visto en mi vida. No es broma cuando comento que en un instante me sentí en Tatooine, y que casi juro que vi a un morador de las arenas otearme tras una duna.

Ah, el Valle de la Luna… estuve ahí. Debe ser lo más bello de las maravillas de la Cordillera de la Sal. Es un sitio muy turístico, incluido en la mayoría de los tours a la zona. Está hecho un Parque, y como la mayoría de las cosas en esta vida, debes pagar para entrar. Queda apenas a 16 kilómetros de San Pedro. Los sectores aledaños tienen nombres increíbles… el Valle de la Muerte, el Valle de Marte, el Llano de la Paciencia, las Tres Marías…

Imaginen lo que es avanzar más de cien kilómetros sin un atisbo de vegetación, y de pronto encontrarse con un manchón verde intenso. Ése es San Pedro de Atacama, el oasis más bello del desierto. Y ahí uno piensa que del paseo por otros planetas, volvió a la tierra pero se equivocó de tiempo y llegó a un pasado muy, muy lejano. Todas las casas son de adobe, ese barro mezclado con paja tan típico de nuestro país. Las calles son de tierra, y parece que este pueblito de apenas cinco mil habitantes se ha mantenido así por los últimos once mil años, desde la primera vez que fue habitado. Claro, nada, salvo el enorme torrente de turistas y todo el comercio que ello acarrea. Más de 50 mil personas van cada año para deleitarse con sus paisajes y el magnetismo extraño que este pequeño reducto posee. Pedro de Valdivia, el español que se interesó en colonizar nuestro territorio por allá por el siglo XVI, tuvo aquí una casa que aun sigue en pie. Acá está la segunda iglesia más antigua de Chile, pequeña y blanca, cuyo techo es de madera de algarrobo y de pimientos (únicos árboles que crecen con tamaña inclemencia ambiental; el resto de las construcciones se complementa con madera de cactus)

Aquí almorzamos. Y como en el menú vi un plato que desconocía por completo, pues lo pedí. Comí “patasca”: la patasca es un maíz o choclo, solo que con los granos hiperbólicamente más grandes que lo que conocemos generalmente. Con este se prepara comúnmente un cereal conocido acá en Chile como “pululo”, muy popular en la zona norte, especialmente en Antofagasta. Bueno, el plato en sí es el grano cocido en un guiso, con papas, cebolla, algo de albahaca, zapallo e hilos de pollo. Una mezcla extraña, entre charquicán, porotos granados y ají de gallina. Pero agradable, aunque hipercalórico para la temperatura ambiente. Eso sí, con el frío que hace en las noches del desierto, se puede llegar a sentir gran gratitud frente a esta comida.

Ya de vuelta, con el impetuoso volcán Licancabur coronando toda la cadena montañosa que nos separa de Bolivia, el atardecer se nos perdió recorriendo parajes de este sitio. Caminamos por el cementerio del San Pedro antes de volver… Las nubes se apoderaron de los volcanes, que se veían negros y amenazantes, y comenzó una tormenta eléctrica que vimos a lo lejos, poderosa muestra del llamado “invierno boliviano”. Ahí terminé de sentirme en una película: pude observar a Mordor, terrorífico, en todo su esplendor.

N. de la R.: Me despido temporalmente, pues salgo de vacaciones en busca de más parajes bellos que mostrar. Prometo no defraudar… el próximo miércoles me marcho a Valdivia, Región de los Ríos.

lunes, enero 21, 2008

BITÁCORA DE AÑO NUEVO (SEGUNDA PARTE)

Cuenta la historia geopolítica de Chile que en el norte de mi patria existieron, y aun existen, muchos yacimientos minerales. Cobre, esencialmente, y salitre. Por el salitre se liaron guerras grandes, como la del Pacífico. Pero también se hizo vida y cultura en torno a esa realidad… una identidad maravillosa, que ha dado pie para que grandes escritores (como el tremendo Hernán Rivera Letelier) inmortalicen en sus obras el tejemaneje de tales reductos.

El desierto mantuvo muchas oficinas salitreras, asentamientos mineros de grandes empresas esencialmente norteamericanas donde los trabajadores fraguaron sus vidas a merced del caliche (el polvo arenoso, árido y salado que queda tras hurguetear la tierra buscando el mineral), la calamina (el mismo caliche compactado y en olas, producto del paso de los vehículos) y los remolinos de viento (o “colas de diablo”). Mucha gente nació, amó y murió al alero de estos asentamientos perdidos en la nada del tiempo y el espacio, sobre los que leí con fruición gracias al autor que ya comentaba.

En este viaje a Calama, me llegó un regalo vaya una saber de dónde; probablemente de la estrella fugaz más enorme que he visto en mi vida (casi me siento en Belén, figúrense). Sucede que mi compadre tuvo que viajar a Tocopilla por su trabajo, así que
decidimos acompañarlo. En plena carretera, allí en medio de la nada, se podía ver a lo lejos una oficina salitrera… al preguntar cuál era, mi cumpa me explica que es María Elena, y allí mismo el corazón me dio un brinco al recordar el último libro de mi escritor favorito. “El Fantasista”. Sabiendo él mi fanatismo sobre los textos de Rivera Letelier (y compartiendo la afición), hace eco de mis deseos y decidimos hacer un aro e internarnos brevemente en esta tierra de magia.

Puede sonar infantil, pero no contuve las lágrimas.

La alegría era indescriptible, tanto como el paisaje, anocheciendo. María Elena se abría ante mis ojos, cómplice, pequeña pero oronda… Es la última Oficina Salitrera en funcionam
iento que elabora salitre o nitrato en el desierto de Atacama. Y yo, allí, de intrusa casi, ensimismada con los pimientos y Algarrobos, únicos árboles capaces de resistir el inclemente clima... Recordando las letras del libro que narra un partido de fútbol entre esta oficina y Coya Sur, ubicada a ocho escasos kilómetros de María Elena.

Si bien inició su vida como Coya Norte en 1922, cambió su estampa a María Elena el ’25 por el antojo del administrador, perdidamente enamorado de su mujer, Mary Ellen Condon; hoy tiene poco más de siete mil habitantes, contemplando la comuna completa (Coya sur incluida). Hablar más de este lugar es hacerle poco honor a las letras de Rivera Letelier. Para quienes puedan y quieran, lean sus obras y allí sentirán en carne propia todo lo que sentí… recomiendo humildemente “La Reina Isabel Cantaba Rancheras”, “Fatamorgana de Amor con Banda de Música”, “Santa María de las Flores Negras” y, por supuesto, “El Fantasista”.

Y un último dato: Comprobamos que el asentamiento que se ve desde la carretera no es María Elena, sino Coya Sur.

jueves, enero 17, 2008

BITÁCORA DE AÑO NUEVO (PRIMERA PARTE)


La poesía anda escondida vaya una a saber dónde, tal vez se haya ido de vacaciones antes que yo misma. Sin embargo, he estado inquieta porque tengo botado mi espacio, que también es de ustedes. A ver si les interesa saber un poco del último viaje en el que anduve metida…

En un arranque fugaz, tomé mi maleta y partí a Calama, a visitar a mi compadre Ricardo y mi comadre Paula (y mis ahijados Alain y Antonia), a quienes no veía desde hace ya demasiado tiempo. Ocasión: pasar los días previos a la celebración de Año Nuevo allá, exorcizando demonios y abrazando a los queridos.

Calama es una ciudad pequeña, situada al norte de Chile, en la segunda región, exactamente a 1.225 kilómetros de Santiago y a 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar. Posee casi 150 mil habitantes, y está asentada en pleno desierto de Atacama (el más árido del mundo). Dicen, como comentaba en el post anterior, que es la “tierra del sol y del cobre”, ya que su clima ostenta vigoroso solamente días despejados y apenas llueve una vez al año. Y el suelo mineral de la pampa es tan abundante en cobre, que donde se le ocurra a alguien hacer un hoyo se encuentra fijo un yacimiento cuprífero.

La radiación solar es intensa, así que apenas un paseo al centro de la ciudad bastó para ponerme en la alarmante necesidad de adquirir bloqueador. El cielo, maravillosamente azul, parece inclemente frente a rayos tan potentes. Corre viento, claro, pero no olvidemos que es desierto; por ende, las tormentas de polvo (que no es arena, porque la textura de nuestro desierto es muy diferente a la del Sahara) hacen casi imposible el aseo acabado en las casas y la respiración continua en una caminata.
Todo alrededor de Calama es una gran y estéril llanura; se ve muy al fondo, hacia la cordillera, un cordón de volcanes que se presienten cuando las ventoleras amainan. Hacia el norte, a no más de 15 kilómetros, se avizora el pueblo muerto de Chuquicamata, asentamiento que cobijó cómodamente a los trabajadores de la mina a tajo abierto más grande del mundo y que tuve la posibilidad de recorrer brevemente por el apremio del tiempo. Es tal la cantidad de relave que extraen de la mina, que se vieron en la necesidad de cerrar el pueblo para comenzar a taparlo con los mismos desechos.

Es por esta cercanía agreste con la fiereza del clima y la abundancia de asentamientos mineros que la zona sea tan abundante en casas de remolienda; niñas "que te tratan de tú" hay a cada vuelta de la esquina... la existencia de tanto perro vago rondando la ciudad, me cuesta justificarla, así como lo que, alarmada, me contó Paula... la desaparición de menores en el desierto es preocupante.

Muchos ven con ojos tan áridos como el clima la posibilidad de pasearse por estas tierras; sin embargo, la maravilla cromática que te entrega el desierto supera incluso las novelas de Hernán Rivera Letelier, el pampino enamorado de su desierto que tan increíbles historias narra en sus novelas. Amarillo, naranja, café, dorado, verde, algo de azul incluso, y mucho rojo… todo varía según la hora y el viento.

Demás está decir que no nos quedamos solo en Calama, sino que mi compadre fue un tremendo guía turístico por la zona. Pero, parodiando a Michael Ende, “eso es parte de otra historia, y será contada en otra ocasión”.



viernes, enero 11, 2008

PASADO DE CENIZAS

Este 31 de diciembre pasado lo pasé en Calama, en la II región, al norte de mi país. "Ciudad de tierra (tierra, tierra, tierra, tierra), sol y cobre", cita el cartel a su entrada. La versión más popular indica que es "la ciudad de las tres P", como bien me instruyó a la llegada mi compadre: Polvo, Perros y Putas.
Ya les hablaré sobre este viaje hermoso, añorado, intenso y de improviso (como la mayoría de las cosas en mi vida, reconozco); ahora, hoy, quiero remitirme sólo a una tradición de la zona para despedir el Año Viejo.
Es costumbre por esos lados que, para la celebración de Año Nuevo, fuera de las casas se elaboren estructuras tipo espantapájaros que simbolizan lo pasado. En muchos lados se construyen complejas figuras en papel maché, y en otros lugares se opta por creaciones libres más similares a un espantapájaros.
Linda costumbre, esta. Las calles se tapizan de artilugios sin vida pero de colores vistosos.


Es que así como hay muchas cosas buenas que se quedan en la retina por el año anterior, hay tantas otras de tono gris oscuro casi negro infernal que empañan la panorámica del día a día, trancando cada añoranza, cada suspiro, cada sonrisa.
Difícil agarrar todas las angustias y materializarlas en una cosa. Mi ahijado lo hizo junto a su nuevo mejor amigo, y les quedó una versión artesanal de un "pokemón" (nombre de una de las tantas tribus urbanas adolescentes que subyacen en Chile). El conjuro se hace tras los abrazos... hay que quemar el año viejo.

Mágico instante en que todo Calama arde: se ven hogueras por donde se mire como en una película sobre las matanzas de brujas a la usanza de la Inquisición; los niños gritan asustados (pobrecita Antonia, mi ahijada), los adolescentes ríen nerviosos y felices, y los adultos contemplan el fuego, cada quien inserto en sus propias añoranzas, casi como orando frente a su propio Dios.

Todos frente a las hogueras, en una algarabía inusual; los calameños se visten para estas fiestas como si se tratara del matrimonio más elegante, probablemente para partir con lo mejor de sí mismos los primeros minutos del año que nace. Y los fuegos artificiales de Chuqui, (Chuquicamata, la mina a tajo abierto más grande del mundo), son realmente una maravilla.
Debo confesar que, frente a tanto fuego y tanto humo elevándose al infinito cerré los ojos, humilde, emocionada, pidiendo el beneplácito celeste de ese cielo maravillosamente estrellado, del cielo de ese norte maravilloso y nuevo, y pedí como no pedía hace mucho.
Pedí darme la licencia en este 2008 para volver a creer en la magia. Pedí recuperar la fe, retomar las esperanzas perdidas, respirar con confianza nuevamente, exorcizar de una buena vez todos los putos fantasmas -los míos y los ajenos, ésos que me rondan con vehemencia insistente y tóxica- ... Pedí ser feliz, como lo merezco, después de tanta mierda y sombra cáustica.
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N. de la R.:
1. La secuencia de imágenes, obviamente, son del pokemón hecho por Alain y su amigo.
2. Esta es mi manera de responder al Meme de 3rn3st0, que versaba sobre las intenciones del Año Nuevo.

miércoles, enero 02, 2008

"JUSTICIA DIVINA"

Todos sabíamos que pasaría. Claro, morir es la única certeza que tiene el hombre desde que nace. Pero la noticia que me acaban de dar por teléfono y que me ratifican todos los medios de comunicación nacionales me ha dejado con un dolorcillo en la boca del estómago: murió Julio Martínez.
Tenía 84 años y ya nos había hecho pasar varios sustos durante el 2007. Lo internaron muchas veces, por problemas respiratorios y por el cáncer de próstata. Hoy decidió partir a comentar partidos a otro lado, y dejó a su familia tranquila aunque adolorida en Providencia.
No hay chileno que no conozca a Julio Martínez, “JM”, el comentarista deportivo que sin ser periodista profesional ganó el Premio Nacional de Periodismo el ’95. Este hombre de peculiar estructura óseo encefálica (su cabeza de huevo era inconfundible) gozaba de un humor y un sonsonete tan típico como único. Resuena en mis oídos su voz cancina diciendo “justicia divina”, frase breve tan absolutamente suya, acuñada para el mundial de ’62 por el gol de Leonel Sánchez frente a la selección de la ex URSS.
Era oriundo de Temuco y se inició en la radio Arturo Prat. Escribió para la revista Estadio y para Las Últimas Noticias antes de que se transformara en el pasquín farandulero de hoy. Fue voz de la extinta radio Minería, columnista del diario La Segunda y figura indiscutida de Canal 13.
Imposible pasar por alto sus comentarios que nada tenían que ver con el deporte, y sus hilaciones extravagantes e impensadas entre las ballenas y el fútbol. Poeta él. Absolutamente. Rescato sus reflexiones cargadas de emocionalidad, de pasiones diversas, de contemplación y amor a la vida en todas sus formas. “Me gusta mucho el sol, pero acaso más la luna porque es mujer”; respecto del micrófono, alguna vez dijo "no me voy a apartar jamás de este amigo, que es el mejor amigo que he tenido en mi vida. Además, no responde... Es ideal. Escucha en silencio".
Al morir él, muere otro poco el periodismo de nuestro país. Se aleja
más y más una etapa, una maravillosa era en la que el periodismo no se cursaba en la universidad sino en la vida misma, con respeto por el lenguaje y los valores, con ética, con respeto, con efecto y con afecto. Con magia… porque Julito era un artífice pirotécnico de las palabras, así como la gran Yolanda Montesinos, que de paso aprovecho para incluirla en este humilde homenaje ya que partió el 2007 desgastada en su Alzheimer. Así van muriendo los grandes; también pasó con Raúl Matas el 2004. Y así me voy quedando sin referentes profesionales que valgan la pena, metida en un periodismo actual que no me llena, que es inocuo, futil, esencialmente porque la enorme mayoría de mis colegas ignoran por completo el significado de estos últimos términos.
Hasta siempre, Julito.