... La que escribe.

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Santiago, Chile
Soy una mujer que también es amiga, hija, nieta, hermana, prima, sobrina y mil cosas más. Disfruto regalando sonrisas en la calle y quiero pensar que el mundo es mejor con ese simple gesto; por eso, me ando buscando. Si usted me ve por ahí, avíseme!

lunes, abril 15, 2013

TESTIMONIOS



¡Cómo me gustas, tú!

Quiero grabar en mi retina emocional la sensación de regocijo cuando te reclamo que en esta casa mando yo, y vas y me dejas callada, como nunca nadie antes, al rebatirme con un "pero aquí y ahora, el que manda soy yo". Y me provocas, hurgándome el ego... "Dime que no, ¿a ver?". Y sigues, y te vuelves un torero, y me dices que me soltarás si yo quiero, y te confieso en un susurro sometido, que no quisiera estar en otra parte sino encerrada e inmóvil entre tus brazos, como me tienes justo ahora.

¡Cómo me turbas, tú!

Y me miras, y te miro. Recién ahora consigo descubrir el color intrincado de  tus ojos, es que  insistes en que no preciso mis lentes pues los besos se dan con los ojos cerrados, y para besar no necesito ver, sino sentir. Y como me cohíbe tu mirada insistente, con esa caricia perenne en la frente, en la barbilla, en el cuello y en la boca, me dices que me mirarás con los ojos cerrados para no incomodarme, pero que no dejarás de hacerlo, pues te gusta tanto verme...

¡Cómo me encantas, tú!

Me besas, y te beso. Y entramos en un debate valórico sobre la perfección y técnica de los labios del otro, pues cada quien insiste en que no hay mejor ritmo, ni sabor, ni textura, ni intensidad. Si, sincronía y perfección, insiste cada uno, dándole la medalla y el testigo al otro. Tu boca se entinta colorada en contraste con tu piel satín, enmarcada en una barba de plata cosquillosa que me encanta. Me preguntas una y otra vez cuánto pagaría por un beso, y te desdices para aclarar que tú debieras pagar por los míos. Para zanjar el debate, yo te los regalo todos, en una ofrenda constante a este juego de quita y da.

¡Cómo me derrites, tú!

Las manos hurgan ávidas debajo de la piel, fundiéndose como amalgamas, mientras tus ojos se quedan prendados de mi cabalgar indómito con fogatas en las mejillas, estrellas en los ojos y el pelo hecho medusa. Y tu, insistes en que me veo tan linda así... Que siempre soy preciosa, pero que desnuda y sobre tí tomo otro color. Que basta que respire, y tu te derrites. Que así me quedo en tu memoria, que nunca podrás volver a verme sino de este modo, y que quisieras pasarte la vida entera viendo cómo me expando con tu tacto, cual mimosa al sol.

¡Cómo me estremeces, tú!

Me quedo en una pugna sin perdedores en la que me siento constante objeto de devoción, donde estás tan pendiente de cada detalle que debo luchar por regalarte una caricia. Me preguntas a cada instante, y te aceleras y presionas, y luego vuelves a la calma sutil y exasperante para mi delirio... es que si tu no sientes, me muero, susurras una y otra vez. Y le guiño el ojo cómplice y picarona al tropel de diosas que hacen ronda junto a mi cama, nuevo templo donde queda clara la diferencia entre un perro cualquiera y un lobo, feroz, hambriento y pulgoso...