... La que escribe.

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Santiago, Chile
Soy una mujer que también es amiga, hija, nieta, hermana, prima, sobrina y mil cosas más. Disfruto regalando sonrisas en la calle y quiero pensar que el mundo es mejor con ese simple gesto; por eso, me ando buscando. Si usted me ve por ahí, avíseme!

martes, agosto 08, 2006

PARA PENSAR Y SENTIR


CUENTO CON ESPEJOS

Luisa Eguiluz, del libro “Ceremonias Interrumpidas”

Todas las luces del barrio están apagadas a las 3.00 de la mañana, excepto una en la casa de rejas verdes. En la ventana de arriba, que da a la calle, una figura se recorta en la luz. Está escribiendo. Escribe, escribe, en una libreta grande. Más que escribir, copia, copia el segundo volumen de la Enciclopedia Sopena, montando esta escritura sobre la otra, sin borrar como el palimsesto, montando esta escritura sobre otra anterior, sobre la copia del primer volumen, tal vez, con acuciosa paciencia.
En la habitación hay un espejo. Un espejo es toda la vida de la muchacha loca que se llena de sí misma. Nadie más cabe en el espejo.
Cuando se cansa de la copia, puede empezar otro elenco. Mejor que incluya cifras ¿Cuántas personas con alto riesgo de contraer SIDA hay en la ciudad? Problema aritmético: calcular el número de prostitutas, de homosexuales, de bisexuales, de hemofílicos y de sus relaciones posibles. Resultado: cientos de miles. Y con los años, progresión geométrica del contagio.
A ella, nadie puede tocarla, el roce de una caricia en el pelo le provoca cortocircuitos. La caricia es solo de sí para sí, otro espejo.
Dos casas más allá, un hombre de maletín y jockey, un viejo-niño, sale todos los días con su anciano padre a las 8.00 AM
Siempre lleva su maletín abrazado, en ese bolso café oscuro parece cifrarse para él, un tesoro. Su pretexto de vida está en un bolso que nada contiene.
Cuando vuelve a casa, se sienta en el patio, bajo el parrón durante el tiempo bueno, con el maletín sobre las rodillas. No lo deja ni cuando le sirven el té. Al ir al baño, será entonces lo mismo, haciendo sus necesidades, lo tendrá sobre las piernas, con ambos codos encima, la cabeza entre las manos, y en esta, el vacío.
Cuántas veces repetirá los gestos d proteger algo para no sentirse desamparado, sería materia de uno de esos cálculos en que la joven del otro lado invierte su tiempo vacío.
Y esa mañana, un grito terrible, cuando salía el viejo-niño y su padre, llegó a los oídos de la desvelada muchacha. Era un grito como nunca escuchara otro, ni siquiera el que ella dio al descubrir a su compañera de habitación –cuando estuvo en la clínica- tratando de colgarse.
El grito la despertó aunque estaba despierta, y entonces salió corriendo hacia la calle. Un ladrón escapaba con el maletín que tanto había visto cuidar al vecino. El grito se había petrificado en el aire, dejando abierta la boca desde donde saliera, en el rostro coronado por el jockey.
A la muchacha le bastó una mirada para entender. Sus largas piernas de ex atleta infantil le obedecieron. En un minuto alcanzó al que huía, le arrebató el maletín y estuvo de regreso frente al otro.
Al recibir su tesoro, los ojos del viejo-niño expresaban lo inexpresable y la joven encontró en ellos un verdadero espejo.

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