... La que escribe.

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Santiago, Chile
Soy una mujer que también es amiga, hija, nieta, hermana, prima, sobrina y mil cosas más. Disfruto regalando sonrisas en la calle y quiero pensar que el mundo es mejor con ese simple gesto; por eso, me ando buscando. Si usted me ve por ahí, avíseme!

jueves, agosto 24, 2006

Todo mal

Lloro. Y tengo mucho por qué llorar.
Lloro por todo lo que quise tener y no pude; por todos los sueños quebrados; por todas las esperanzas idas; por todos los amaneceres felices que imaginé y que se fueron para no volver.
Por supuesto que lloro.
Lloro con rabia, con angustia, con desazón. Lloro con impotencia, con amargura, con humildad… lloro con la derrota sobre los hombros, aplastando mis energías.
Lloro, y las lágrimas no alivian mis horas. El vacío de lo que pudo ser y no quisiste me atormenta, socavando mis entrañas y apretando mi garganta hasta la asfixia.
Claro que lloro. Y siento que no es para menos.
Lloro porque me siento engañada, porque me siento sola, porque me siento abandonada.
Lloro porque me traicioné a mí misma… porque por seguirte me abandoné y me volví ciega. Porque hace nueve años era una niña, y hoy, que ya no lo soy, me siento como si lo fuera.
Lloro con lágrimas y sin ellas. Sollozo con alaridos y con gritos mudos… con susurros y en absoluto mutismo. Lloré también para adentro, sobre todo cuando dormías a mi lado.
Lloro porque siento que he dado más allá de mis propios límites. Porque me he volcado en ti, olvidándome de mí misma… Porque te siento cada vez más lejos, y no tienes intenciones de volver a mi lado.
Lloro porque primero mi alma pequeña te vio gigante y te admiró, obnubilando la razón y queriendo crecer para estar a tu altura en fortaleza. Y, por Dios, jamás he sido más feliz que tratando de alcanzarte.
Lloro porque luego tu imagen se llenó de miedos y dolores, y pese a las dificultades fui feliz al tratar de cubrirte y protegerte. Porque pude demostrar con mi presencia cuánto te amaba. Y me sentí grande, gracias a ti.
Lloro porque han pasado demasiados años, y hoy te has empequeñecido. No eres más que un niño que llora a su madre muerta, a sus abuelos enterrados, a sus esperanzas infantiles. No eres ni la sombra del hombre al que admiré, ese que me sedujo, que me prometió amor a raudales y felicidad sin límites.
Lloro con rencor porque jamás cumpliste la promesa de beber cada una de mis lágrimas, así que no te atrevas a decir de nuevo que estás harto de verme llorar.

martes, agosto 08, 2006

PARA PENSAR Y SENTIR


CUENTO CON ESPEJOS

Luisa Eguiluz, del libro “Ceremonias Interrumpidas”

Todas las luces del barrio están apagadas a las 3.00 de la mañana, excepto una en la casa de rejas verdes. En la ventana de arriba, que da a la calle, una figura se recorta en la luz. Está escribiendo. Escribe, escribe, en una libreta grande. Más que escribir, copia, copia el segundo volumen de la Enciclopedia Sopena, montando esta escritura sobre la otra, sin borrar como el palimsesto, montando esta escritura sobre otra anterior, sobre la copia del primer volumen, tal vez, con acuciosa paciencia.
En la habitación hay un espejo. Un espejo es toda la vida de la muchacha loca que se llena de sí misma. Nadie más cabe en el espejo.
Cuando se cansa de la copia, puede empezar otro elenco. Mejor que incluya cifras ¿Cuántas personas con alto riesgo de contraer SIDA hay en la ciudad? Problema aritmético: calcular el número de prostitutas, de homosexuales, de bisexuales, de hemofílicos y de sus relaciones posibles. Resultado: cientos de miles. Y con los años, progresión geométrica del contagio.
A ella, nadie puede tocarla, el roce de una caricia en el pelo le provoca cortocircuitos. La caricia es solo de sí para sí, otro espejo.
Dos casas más allá, un hombre de maletín y jockey, un viejo-niño, sale todos los días con su anciano padre a las 8.00 AM
Siempre lleva su maletín abrazado, en ese bolso café oscuro parece cifrarse para él, un tesoro. Su pretexto de vida está en un bolso que nada contiene.
Cuando vuelve a casa, se sienta en el patio, bajo el parrón durante el tiempo bueno, con el maletín sobre las rodillas. No lo deja ni cuando le sirven el té. Al ir al baño, será entonces lo mismo, haciendo sus necesidades, lo tendrá sobre las piernas, con ambos codos encima, la cabeza entre las manos, y en esta, el vacío.
Cuántas veces repetirá los gestos d proteger algo para no sentirse desamparado, sería materia de uno de esos cálculos en que la joven del otro lado invierte su tiempo vacío.
Y esa mañana, un grito terrible, cuando salía el viejo-niño y su padre, llegó a los oídos de la desvelada muchacha. Era un grito como nunca escuchara otro, ni siquiera el que ella dio al descubrir a su compañera de habitación –cuando estuvo en la clínica- tratando de colgarse.
El grito la despertó aunque estaba despierta, y entonces salió corriendo hacia la calle. Un ladrón escapaba con el maletín que tanto había visto cuidar al vecino. El grito se había petrificado en el aire, dejando abierta la boca desde donde saliera, en el rostro coronado por el jockey.
A la muchacha le bastó una mirada para entender. Sus largas piernas de ex atleta infantil le obedecieron. En un minuto alcanzó al que huía, le arrebató el maletín y estuvo de regreso frente al otro.
Al recibir su tesoro, los ojos del viejo-niño expresaban lo inexpresable y la joven encontró en ellos un verdadero espejo.

martes, agosto 01, 2006

EL ASESINATO DE LOS VERBOS COMPUESTOS



Uno de los puntos que más me recalcaron en la universidad era que no debíamos criticar a nuestros colegas.

Craso error. Lo siento; no me aguanto...

Estoy harta de la pésima forma en la que se manejan los periodistas frente a las cámaras o al micrófono. No me refiero al hecho de tupirse, que eso hasta puede resultar normal por los nervios. Hablo de los errores, la falta de claridad, las barbaridades que se dicen -o peor, las palabras necesarias que se omiten- estando en el desarrollo del trabajo en sí.

Ni siquiera quiero aludir a las innumerables faltas de ortografía con la que está salpicada la prensa escrita, que eso ya es para que mi colon explote. Recuerdo claramente que en lo personal acostumbraba partir mis ayudantías consultando a mis alumnos si confiarían su boca a un dentista con Parkinson, o si se realizarían una rinoplastía con un cirujano plástico que tuviera poca motricidad fina. Claro; la moraleja era que así como la herramienta de esos profesionales era la motricidad y la precisión, nuestro instrumento de trabajo como periodistas es la palabra, el lenguaje.

Más allá de los "efectivamente" que muchos colegas tienen como muletilla al comenzar un despacho televisivo, me ha llamado la atención una nueva aberración lingüística que ha aparecido en el último tiempo.

Surgió, una vez más, de la prensa deportiva. Los mismos a los que se les ocurrió decir que el jugador se "paralogiza frente a la esférica" cuando quieren decir que el jugador se paralizó frente al balón, ahora, por abreviar insólitamente un verbo cuando la oración requiere más de uno, resulta que los conocidos verbos compuestos tienen su agonía en las manos de mis colegas.

A modo de aclarar, comento que el verbo paralogizar es decir mucho sin contener substancia (más conocido como "cantinflear", para los antiguos que disfrutamos de las películas del mexicano).

Y, a modo de ejemplo de lo que motivó este comentario, no queda más que citar a varios profesionales de las comunicaciones que en vez de decir "quisiera agradecer su presencia en el estudio" salen con un sonriente "agradecer su presencia en el estudio". O los que interrumpen diciendo... "acotar que las expectativas han bajado..." suprimiendo algo así como "es necesario acotar..." o "es interesante acotar..." o vaya una a saber qué más. Y lo peor de todo es que muchos reemplazan el verbo, o la frase que se perdió en su cabecita inocentona, con un brillante "bueno". Peor.

En fin.

Por favor, usted, no lo haga.