Me considero una mujer increíblemente afortunada. Alguna vez sufrí por el tema parental... mis padres se separaron definitivamente cuando yo contaba poco más de nueve años, y luego mi mamá se volvió a casar.
He vivido ausencias, presiones, e incluso chantajes solapados. Pero también he recibido amor a raudales.
Este domingo es el Día del Papá, y yo tengo -a falta de uno- tres padres. Y los tres, de una u otra manera, conmigo.
Es difícil honrarlos a los tres juntos, por problemas geográficos y de feeling entre ellos. Podría decirse que se han repartido tácitamente todos los momentos importantes de mi vida, encargándose el destino de siempre poder contar con alguno de ellos en el momento en el que más he necesitado la imagen de padre a mi lado.
Mediante esta líneas quiero homenajearlos a modo simbólico, y, por favor, espero que quienes lean estas palabras sepan atesorar mis intenciones sin reparos.
Mi primer padre es el biológico, claro. A la hora de los quiubos, él fue el quien fertilizó a mi madre y me entregó la mitad de los genes que poseo, genes contra los que no puedo luchar (a paesar de la intención ocasional de algunos) y de los que me siento absolutamente orgullosa. Me regaló una familia maravillosa, tengo tías y primos que son un baluarte y un apoyo en los momentos en los que como adulta he necesitado de un hombro o un puntal. Me siento sumamente querida y valorada por ellos, y jamás estaré lo suficientemente agradecida de mi papá Yayo por haberme regalado este apellido, esta identidad. Lo quiero mucho, aunque hace tiempo que no hablamos y durante mi vida hemos compartido poco en cantidad pero mucho en intensidad (Imposible olvidar la imagen de mi papá con el guitarrón de doce cuerdas, con un cigarrillo en la boca mientras al mismo tiempo cantaba que yo era su escudo, su emblema y su bandera de la paz... Sí, éramos felices, y daba para gritar). Es que somos fatalmente parecidos, y nos cuesta un mundo dar el brazo a torcer... habremos salido los dos tozudos, igual que mi abuelita Ana.
Mi segundo padre es quien ha estado siempre conmigo, mi Tata adorado. Juan Oyarzún es un hombre serio, formal y estructurado, pero para mí es el mundo entero. Gracias a él soy lo que soy, mi abuelo me ha enseñado cómo luchar y plantarme frente al mundo, no ha escatimado esfuerzos, paciencia, tiempo y tezón para regalarme. Se me anuda la garganta al pensar que, con lo laico que es, se sintió feliz de acompañarme en el Altar y recuerdo (¡con la garganta anudada!) que al sacarnos la fotografía oficial del matrimonio, le pedí que estuviera al lado mío... y me respondió con la voz entrecortada, aferrándose a mi brazo, "como siempre, hija. Como siempre." Es que es cierto... siempre ha estado ahí. Se estremeció emocionado con mi titulación; estuvo en mis cumpleaños, en la cotidianeidad de un desayuno o en el arranque cómplice de compartir en exclusiva un paquete gigante de aceitunas. Sin duda, este hombre de andar cancino y mirada soñadora es quien me facilita a diario el vivir, quien me entrega esa certeza de que mientras él respire, siempre contaré con una mano fuerte que me abrace y me proteja.
Y mi tercer padre -no por eso el menos importante, quiero dejarlo en claro- es mi padrastro, palabra horrenda para nombrar al Pelao. Él me recibió sin pedir nada a cambio cuando yo entraba a la preadolescencia, etapa dura y difícil, de tira y afloja constante... de imposición de reglas, de exigencias, de rabietas, de mucho llanto y de poca comunicación. Fue difícil aceptarlo, lo reconozco. Pero con el paso de los años he llegado a albergar un amor enorme por este hombre que ama a mi madre al punto de aceptar las rabietas y faltas de respeto de dos hijas que no eran propias como si lo fueran. Es que él llegó mucho más allá; Rodrigo Galleguillos salió a defenderme cada vez que fue necesario, compartió conmigo tardes completas tratando de enseñarme álgebra (cómo olvidar el tercer piso del Hotel, en Melipilla), me fue a buscar tras extensas jornadas de trabajo y cargando el cansancio sobre los ojos a cuanto panorama yo quisiera y me instó a que siguiera siempre el camino del autoperfeccionamiento. Adoro a mi padre Rodrigo; él me entregó el sentido del deber y la resposabilidad, me obligó a caminar por el camino de la tolerancia... y lo admiro profundamente. Es un hombre bueno, trabajador, y que más encima me regaló dos hermanos pequeños que son un tesoro.
Vaya para mis tres padres todo mi amor, amor que no es compartido porque los tres son únicos para mí, y han contribuido de distintas formas a hacer de mí la mujer que hoy soy.
Los amo, padres.
Feliz Día.
1 comentario:
Amiga!!!!!
Pucha, la verdad creo que soy d elos pocos que tenemos no se si la suerte (por ahorrarnos plata) o mala suerte (por no disfrutarlo) de no celebrar el dia de padre...
BUeno de mi viejo ni hablar... años que no hablamos y aunque no lo odio ni le tengo rabia, la verdad espero que este bien...
En fin... saluditos a los que si celebran!!!
Besos
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